Uno de los dolores más agudos y agonizantes que sentimos es el cambio. ¿Por qué nos resistimos a él con tanta fuerza? Normalmente se debe a que preferimos lo conocido a lo que hay por conocer.
Pensamos que los beneficios de estar siempre igual compensan el riesgo y las consecuencias impredecibles del cambio.
En resumen, pensamos más en los aspectos negativos, las pérdidas, que en los beneficios potenciales que nos reportarían el cambio.
En lugar de desear abrazar algo nuevo, lamentamos la pérdida de lo viejo.
Sin embargo, nos guste o no, el cambio es inevitable. Sin él, nos convertiríamos en personas inflexibles e impedidas.
Sin instintos en la pertenencia, nos convertimos en personas estresadas, frustradas y desgraciadas. Y, como descubrimos en ocasiones, el dolor de rehusar el cambio puede ser mayor que el dolor que el propio cambio produce.
¿Cuál es el secreto de un cambio exitoso?
Consiste en centrarse en lo que vamos a ganar, no en lo que vamos a perder. Cuando las cosas cambian, se convierten en nuevas otra vez.
Tenemos experiencias nuevas y emocionantes, descubrimos nuevos potenciales, hacemos nuevas exploraciones, encontramos nuevos placeres y nos aprovechamos de las nuevas oportunidades para madurar y enriquecernos.
La vida está en movimiento constantemente, por lo que debemos ser lo suficientemente flexibles para adaptarnos a sus demandas.
Si lo hacemos, fluirá con nosotros y a nuestro alrededor en lugar de chocar contra nosotros.
En lugar de resistirnos al cambio, debemos trabajar con él, pues aunque no siempre podemos cambiar el curso de los acontecimientos, sí podemos cambiar nuestra actitud. Y, puesto que estamos en un viaje sin retorno, ¿por qué no relajarnos y disfrutar? ¿Qué es la vida sino un flujo continuo de constantes SORPRESAS?
