Ahora, haz un esfuerzo te lo ruego, e imagina en este cuento la más amplia y extensa nada, bajo un estado donde tan solo hay nada…, de nada, absolutamente nada. Considera que esa “nada” no tiene sexo, no es hombre ni mujer, ni especie animal o vegetal, tampoco mineral. No es orgánico tampoco inorgánico, no necesita pensar y carece de edad, porque el tiempo para ella es del todo intrascendente.
Imagina que esa “nada”, no puede sentir ni percibir la dimensión donde se halla, porque no existe derecho ni revés, arriba o abajo, izquierda ni diestra, ancho ni largo, grueso o estrecho…, ni aquí, ni allá. Permanece sin frío ni calor, no tiene olor ni sabor, luz ni oscuridad, textura o color. Es sorda porque nada hay que oír ni escuchar, es ciega porque no hay nada que mirar, tampoco observar, y su tacto, es insensible porque no hay nada que tocar. Sabe que está sola y sin embargo desconoce la soledad.
¿Es difícil, verdad?
Es imposible imaginarlo porque aún por mucho que puedas pensarlo, no podrás comprenderlo, ya que te hablo de algo que tu mente, como la mía, como la de cualquiera desde el punto de vista humano, es incapaz de entender, de un lado por su infinita extensión, y de otro, por su incomprensible naturaleza que no pertenece a este mundo, como a ninguno en realidad.
Concéntrate. Imagina ahora, que la esencia de esa “nada”, despierta para adquirir conocimiento y razón de si misma, como un ser que se hace consciente, no como lo que el ser humano entiende por vida, sino como una única unidad vibratoria imperecedera e inmortal, inagotable e indestructible de infinita, pura y latente energía. Y te digo que vive, si…, pero no puede experimentarse así misma porque desde la nada, nada puede suceder, ni ocurrir o acontecer. Y sin embargo, desea que algo se produzca porque en su interior, se concentra su naturaleza inconcebible, que necesita propagarse para sentirse simplemente viva.
Supongamos entonces que la misteriosa y enigmática “nada” explota, de manera colosal, brutal, bestial, para comenzar a expandirse formando espacio, éter, materia, y así, dar forma al cosmos, al universo, en un estallido de júbilo, dividiendo su infinita energía para multiplicarse en infinito número de formas, manifestada como fuente creadora de todo lo que hay, es, y existe, sin que nada escape a su incomprensible inteligencia suprema.
Ahora, parte de esa ingente energía llega a un espacio en concreto, de no importa que lugar, para crear los planetas que ahora conforman nuestro sistema solar junto a la estrella que los alumbra, entre ellos, la tierra, como un elemento más de la galaxia a la que pertenece. Y lo hace, como el resto de los demás en forma de gas, donde tras enfriarse, solidifica formando el planeta. Pero este lugar, es verdaderamente un infierno en forma de bola incandescente colmada de letales gases y calor abrasador, cuyas propiedades y cualidades, impiden del todo que la vida tal y como la conocemos…, o tal vez desconocemos…, se desarrolle, más aún, en un constante bombardeo de meteoritos, volcanes en erupción y geisers. Y sin embargo sucede, acontece. Nacen las primeras moléculas simples que con el tiempo, gracias a la energía del sol e innumerables variables en miles de millones de raras y extrañas combinaciones químicas, adquirieron complejidad para formar el caldo primigenio. Éste caldo, fue experimentándose en constantes y continuos “cócteles” durante millones de años, hasta que finalmente, tras millones de millones de fracasos, surgió una molécula capaz de reproducirse. La primera explosión demográfica, estaba en marcha… El proceso de la evolución, aunque aún no había formado un ser vivo como tal, comenzó su avance imparable, hasta que pasados millones y millones de años aparecieron las células, aquellas cuyo resultado produjo la vida. El estallido de aromas, colores y formas, estalló en todo su esplendor.
Ahora, en este instante, te pido que observes a través de tu ventana, aquí o allá, en el cielo o en la tierra, donde tú quieras mirar. Lo que puedes apreciar en forma natural, es sencillamente esa “nada” formando un todo, como parte de una unidad “madre” surgida a partir de infinito número de improbables y acaso imposibles posibilidades, donde las innumerables combinaciones que tuvieron que darse para que la “nada” adquiera el sentido de la vida gracias a su esencia, pudieras en este momento contemplar. Y aún sabiendo su imposibilidad, todo sucedió como un milagro que la ciencia apenas puede explicar. ¿Comprendes ahora, el ilimitado poder de la creación que en este instante te contempla y rodea?
No vayas más allá. Abre tus ojos a cada flor, cada pájaro, cada grano de arena o insecto, cada sonido, cada partícula de oxígeno que respiras, cada minúscula gota…, que gota tras gota forma el río que desemboca en el mar, y simplemente, ¡siéntelo! Y entonces te pregunto; ¿quién eres tú con tus actos, para alterar el misterio de un milagro que una y otra vez hasta la más extrema saciedad, se empeña tozudamente en manifestarse así mismo? Si tu grado de conciencia se hiciera presente en ti, como lo está en todo aquello que puedes escuchar, observar, degustar o sentir, más aún percibir, el ser humano dejaría de caminar en dirección al hambre y la guerra, el odio y la venganza, la intolerancia y el egoísmo, para coexistir adorando el hábitat que nos permite subsistir y así evolucionar…, ¡maldita sea!, sencillamente vivir, en un lugar donde la “nada” se hizo todo.
De ti, de mi, como de aquel…, como de todos nosotros, depende que esto ocurra. Por eso te digo que estés donde estés, o seas quien seas, puedes y debes contribuir a que la descendencia venidera en cualquiera de sus múltiples formas, tenga un lugar en forma de oportunidad en el incomprensible misterio de la vida que ocupar, sobre todo, para la verdadera madre que en verdad te dio la vida, y no es otra que la tierra.