Un discípulo angustiado acudió a su maestro y mentor espiritual con una pregunta desesperada: "¿Cómo puedo liberarme, maestro, de todo lo que me retiene?" La respuesta fue: "Amigo mío, ¿quién te ata además de tu mente?" Este relato, que Ramiro Calle, orientalista y guía de meditación, recoge en Cuentos espirituales de Oriente, denuncia en dónde se encuentra el origen del apego. La mente crea, dice Calle, las cadenas que nos atan a aquello que creemos indispensable y sin lo cual nos sentimos incapaces de vivir. Puede tratarse de bienes materiales, de hábitos, de actividades o de personas. Una de esas trampas mentales consiste en la creencia de que algo que obtuvimos o sentimos en un determinado momento sólo existe si proviene de la fuente que lo proveyó, y que apartados de esa fuente nunca más sentiremos o viviremos aquella experiencia. El apego conlleva la pretensión de detener el tiempo y los cambios, de congelar un momento y una imagen. David Brazier, psicoterapeuta y monje budista, autor de Terapia Zen, un muy interesante trabajo que integra ambas miradas, señala que una de las enseñanzas fundamentales de Buda dice que todo lo que está unido se separa más temprano o más tarde. Reconocer esto, saber despedirse, agradecer por lo experimentado y lo incorporado a través del encuentro o la vivencia es, en definitiva, como bien recuerda Brazier, comprometerse con la vida. Toda la vida se compone de ciclos de retiro y de contacto. La respiración (inhalar-exhalar), el ritmo cardíaco (sístole-diástole), la jornada (día-noche), nuestro hacer (actividad-descanso), las estaciones (frío-calor), todo fluye en esos dos movimientos. El apego es el intento por detener tal danza. El compromiso, en cambio, no se queda con lo aparente, con la exterioridad de aquello que valoramos, sino que capta su esencia y puede respetarla y honrarla según los modos en que ésta se manifieste. Compromiso y libertad pueden ir juntos, pero donde hay apego no hay libertad.
La mente usa la imaginación para crear. ¿Cómo hacer entonces, para que la mente, como herramienta de trabajo, use esta imaginación para que nos ayude en nuestro camino de ascensión, en nuestro camino de realización interna, en la búsqueda de la verdad?
Aparte de la imaginación, hay gente que es muy buena visualizando y otra que no. A los que les gusta visualizar les ayuda mucho encontrar una forma genuina, visual, a la cual aman con más intensidad, como por ejemplo, Jesús, la Virgen María, Sai Baba, Buda, La Madre Teresa, cualquier concepto de Dios que se les represente como aquel que los eleva en pensamiento, cualquier ser específico, cuya sola imagen visualizada ya nos lleva directamente a ese amor contemplativo.
Imagina entonces a ese ser de luz como su compañero perpetuo. Durante todo el día. Se levanta contigo, te toma de la mano. Escucha permanentemente tus diálogos, interactúa en tu vida. Entonces, vas a pensar muy bien, antes de engañar, de mentir, de hacer sufrir, porque ese ser, que para ti es la imagen más elevada del amor y la virtud, va a estar contigo genuinamente todo el tiempo. No debería haber más secretos. También puedes mantener un diálogo continuo con ese ser que elegiste, que, en definitiva, es un diálogo con tu propia conciencia, contigo mismo, en tu estado de más alta sabiduría.
Se ha probado que esa visión imaginaria se vuelve real. Y, de pronto, vas a empezar a responderte, porque te respondes a través de ese ser en ti cosas que nunca te hubieras atrevido a tratar en tu vida. Vas a encontrar una gran liberación en esos diálogos. Lo que logran es sintonizarte con tu voz interior, con tu conciencia, fuente de sabiduría, claridad y verdad. Con esa imagen, estás corporizando lo que siempre tuviste adentro.
Entonces, necesitas de esa visualización física exterior, para saber que la verdad siempre estuvo en ti. Puedes hacer esto durante un buen tiempo y verás que va a ser tan intenso el amor que se empieza a desarrollar en ti, por esa otra forma divina, que eres tu mismo. De allí a entender que es el mismo profundo amor que estás sintiendo por ti, hay un sólo paso. La sensación es magnífica. Ya nunca más hay distancia ni separación, ya es parte tuyo, es lo interno del ser, que es amor todo el tiempo. Lo único que tienes que hacer es rememorarlo, recordarlo en cada situación, que se presente, hasta que se convierta en tu estado natural y manifiesto.
Cuando de chico leí que una carcajada bien sonora, salida del alma, movilizaba más la energía en el cuerpo que una serie de intensas actividades deportivas o aeróbicas, me quedé impactado por la potencia sanadora de la risa. Con el tiempo accedí a explicaciones científicas sobre como el organismo moviliza sus recursos infinitos de recuperación, cuando el humor se instala y las emociones provocadoras se distienden ante la risa benéfica.
Las endorfinas, hormonas de la dicha, se despliegan en el campo de nuestro cuerpo, cuando la distensión y el placer se conectan con el humor, con esa puerta de acceso a la libertad del Ser, que comienza cuando uno en lugar de juzgar, directamente ríe. Más aún si esa risa se autorefiere, es decir si aprendemos antes que nada a reírnos de nosotros mismos, el efecto es explosivo, de polaridad positiva.
Podemos pasar de un dicho gauchesco con su proverbial sabiduría: “El que se ríe, los mal es aleja”, a una profunda reflexión espiritual de Osho, cuando dice que la risa detiene a la mente, y que por eso proviene del corazón. La mente es tramposa. el corazón es sabio.
El hombre es el único ser de la creación capaz de reírse, Tiene el mecanismo de la evolución divina en un clímax tal que le permite detener el tiempo en ese instante. Fundirse en el motivo de su existencia en esa risa, que dicen los avatares, es la risa de Dios.
Dios es el gran humorista, que permite en forma compasiva que esta humanidad continúe, a pesar de su falta de amor y de humor.
Así que seres queridos, a reírse mucho; pero no del otro, sino junto al otro. Reír nos sana, y en estos momentos más que nunca, necesitamos mecanismos naturales, para preservar la salud, ante toda la tristeza que se nos quiere vender, sabiendo que si perdemos la risa, perdemos literalmente la vida.
El dolor es un maestro claro y provocador que ayuda a que tu pena ya no siga convirtiéndose en sufrimiento. Sabemos que dolor es lo que pasó, y sufrimiento, aquello que surge cuando no logramos liberar al dolor y seguimos machacando en el tema, rumiando, sin resolverlo, preguntándonos por qué Dios nos hizo esto y lo otro, o por qué el mundo nos persigue.
El sufrimiento es aquel dolor que nos expone una visión que no nos permitimos olvidar y con la que seguimos enfermando y enfermando celularmente el cuerpo, sin aceptar que quedó en el pasado y lo nuestro es vivir aquí y ahora.
Cuando el dolor no se resuelve, puede desembocar en rencor, ira, resentimiento, deseos de venganza, violencia, depresión, etc.
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Recordemos que para superar el dolor tenemos dos opciones: Podemos continuar con esa carga de pensamientos y emociones agotadoras cada día de nuestra vida, insistiendo en ejercer el rol de actor secundario, aferrándonos a lo que alguna vez nos provocaron o la vida nos procuró y transformarnos en una sombra patética. O aceptar lo que pasó, liberar el dolor y recomenzar con un nuevo estado de conciencia.
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En tus manos, tu mente y tu corazón se haya la respuesta que te impulsa a saber cómo armonizar tu vida. A veces podemos solos, pero muchas veces necesitamos la ayuda de un buen profesional.
Todo recurso es señal de amor propio y de querer seguir adelante.
No olvidemos que el planeta es como una escuela a la venimos a aprender, a crecer, a hacernos fuertes.
. El alma sabe mucho más que nuestra mente física ensombrecida por los sentidos limitados. Somos mucho más que el cuerpo, somos almas eternas.
El dolor nos enseña, nos humaniza, nos vuelve más empáticos con los demás, derriba las barreras del ego en un instante. Nos hace valorar lo que dábamos por hecho.
Vivan el dolor, abracen el dolor, siéntanlo y luego déjenlo ir.
El vehículo para conducirnos en este plano es el cuerpo. En él encontramos cuestiones que nos gustan y otras que no tanto, pero lo importante es saber que amándonos podemos lograr transformar lo que creemos un defecto, en un elemento extra para alcanzar la armonía interior. El cuerpo es el ropaje del alma. Por ello debemos honrarlo, cuidarlo y utilizarlo para expresarnos con plenitud cada día.
Si sabemos definir cuál es el sentido de nuestro paso por este plano de la existencia, apreciaremos el envase que habitamos y actuaremos en consecuencia. Ahora, si no sabemos quiénes somos y a qué vinimos, seguro terminaremos utilizando vanamente el mismo cuerpo.
¿Cuántas personas se pasan la vida pendientes de cómo se ven o cómo las ven los demás, obsesionadas para que el cuerpo luzca según el modelo de turno, y olvidándose que también deberían cuidar su alma?
El budismo tibetano explica desde hace milenios la importancia de ser conscientes del sentido de la vida y de tomar el cuerpo como la herramienta que se nos da por un tiempo en el planeta para realizar aquello que le concierne al alma. También nos recuerda clarito que en algún momento (cuando cesan la visión física y la motricidad y arranca el vuelo del alma, que se va desprendiendo del físico, elevándose) todo lo que tiene nombre y todo lo que tiene forma se convierten.
Esa partida del cuerpo depende de cómo hemos vivido, y acá llega la primera diferenciación: Si lo utilizamos de manera noble, con percepciones espirituales, si pudimos desidentificarlo, percibiendo que éramos mucho más que el mismo cuerpo, la partida, la despedida se transformará en un fenómeno ilimitado. Si en cambio nos mostramos prisioneros de inseguridades, de apegos a la estética, de la mirada ajena, demasiado atentos al “me pica, me hincha, me duele, no me gusta nada”, la partida resultará bastante confusa.
No olvidemos jamás que somos un espíritu sutil conectado al universo y que cuando la mente consigue trascender la dependencia de la imagen física, se alinea con nuestro ser y avanza sobre el sendero de lo realmente importante.
La verdad debe exponerse pero siempre desde y mediante el amor. En el afán de ser sinceros, podemos herir en medio segundo a una persona
y provocar que ese dolor dure toda una vida. Nuestras palabras tienen un enorme poder y cuando no las impulsa el amor sino el ego, suelen ocasionar grandes mortificaciones en los demás.
Nos encontramos en condiciones de mencionar de varias maneras una verdad. Descubrir la apropiada es la tarea. A veces la vida nos pone frente a situaciones que no sabemos cómo manejar, por ejemplo, cuando tenemos que dar una noticia dolorosa, comunicar una enfermedad, o al informarle a nuestra pareja que deseamos dejar de compartir la vida con ella. Por eso resulta importante que meditemos la manera de decir las cosas, y buscando las formas adecuadas y adaptadas a la persona en cuestión y a la situación. Esto incluye gestos, tonos, actitudes, palabras y contenidos.
¿Sugerencia importante? Asumamos, por un momento, el rol del otro: Nos ayudará a dirigirnos a la persona con la dignidad que se merece.
Todos hemos obrado en muchas ocasiones con ignorancia, justificándonos mediante la frase “yo soy sincero y expreso lo que pienso”, pero ahora sabemos que ‘ser sincero y expresar lo que pienso’ puede resultar un veneno letal para el prójimo. Aprendamos de situaciones ya hechas, sin necesidad de flagelarnos por los errores cometidos cuando no poseíamos el discernimiento adecuado, aunque recordando que hubo una consecuencia, puesto que todo efecto tiene una inevitable causa. A partir de ahí, concentrémonos en admitir la situación, reconocer su alcance y evitar repetir las acciones que derivaron en el sufrimiento que provocó.
Para cambiar, obremos y hablemos desde el alma, que a partir de ella nuestras palabras dejarán de lastimar y de pronto clarificarán, se tornarán esclarecedoras. Apenas nos convenzamos de que, como seres humanos, vivimos con la “cáscara”, con lo epidérmico, que termina envolviéndonos y confundiéndonos en un engaño cotidiano, iniciaremos el camino que nos acerque cada vez más a la bondad.