«Perdonar», como indica su etimología, significa dar en plenitud porque expresa una forma de amor llevada hasta el extremo: amar a pesar de la ofensa sufrida. Gracias a una «pasividad activa», estará atento a la acción del Espíritu que sopla donde quiere y cuando quiere.
El perdón, en su fase última, no conoce la suficiencia del ‘te Perdono’, sino que se hace discreto, humilde, incluso silencioso.
El perdón plantea un auténtico desafío ya que integra simultáneamente dos universos: el humano y el divino El Perdón no es cosa de Dios ya que no acontece sin la cooperación humana.
«Los santos de Bernanos descienden al abismo de esta 'dulce piedad'. El perdón es Dios mismo, el Padre misericordioso del hijo pródigo, el Amor en su pura gratuidad. El Amor es creador, se difunde fuera de si, y el perdón es el instrumento de la creación continua, restaurada y renovada. Allí donde los hombres engendran la muerte, él hace resurgir la vida» (Perrin 1987: 237)..
Miguel Rubio dice con toda su originalidad: «Perdonar no es un gesto rutinario muy extendido, no es una costumbre cotidiana, sino más bien una flor oculta, original, que florece en cada ocasión sobre una base de dolor y victoria sobre uno mismo»
He aquí un ejercicio que pueda servirte:
Date tiempo para entrar en ti mismo y acercarte a tu mundo simbólico y sagrado. Si te sirve de ayuda, cierra los ojos.
Estás en un campo de flores bañado por el sol. Tómate tiempo para contemplar el paisaje y disfruta el frescor del lugar.
Allá a lo lejos, ves una casa rodeada de una luz especial. Te diriges hacia ella. Descubres una escalera de piedra que conduce al sótano. Bajas uno a uno los siete escalones. Ahora estás ante una puerta maciza de roble delicadamente tallada. La curiosidad te impulsa a abrir la puerta y entrar. Te encuentras en una habitación iluminada por una extraña luz. Con gran asombro, ves a un doble tuyo atado a una silla. Examina detenidamente tus ataduras. ¿Qué partes de tu cuerpo están atadas?; ¿qué clase de ataduras las sujetan?; ¿de qué material están hechas? Empiezas a darte cuenta de que la ofensa sufrida te mantiene atado. Poco a poco vas comprendiendo que eres tú el que está ahí, amarrado a la silla. Entras en ti mismo para unificarte con la persona encadenada.
Después te das cuenta de que no estás solo en la habitación; notas la presencia de un ser poderoso. Reconoces a Jesús que te pregunta: «¿Quieres que te ayude a liberarte?». Sorprendido por su ofrecimiento, te repites la pregunta: «¿Quiero realmente ser liberado?; ¿qué va a ser de mí sin mis cadenas?; ¿podré soportar ese nuevo estado de libertad?; ¿qué ventajas puedo sacar de mi situación de prisionero?'». Debate unos momentos estas importantes cuestiones.
Si quieres ser liberado, manifiéstaselo a Jesús. Háblale de las ataduras que te inmovilizan y te impiden perdonar a tu ofensor. A medida que vayas identificando cada uno de los obstáculos al perdón, observa cómo Jesús deshace poco a poco tus ataduras.
Cada vez que sea liberada una parte de tu cuerpo, saborea el alivio que te proporciona tu nueva libertad. A medida que las ataduras se vayan soltando, deja que la armonía, la serenidad y la paz invadan todo tu ser.
En este estado de gracia en que te sientes habitado por el amor divino, mira cómo se acerca a ti a la persona que te ha ofendido. ¿Empiezas a darte cuenta de que algo ha cambiado en ti? Mira a los ojos a esa persona. ¿Te sientes capaz de decirle «te perdono» con toda sinceridad? Si puedes, hazlo. Si no, vuelve a ti mismo y pregúntate qué ligaduras te siguen atando. Puedes reanudar el diálogo con Jesús para pedirle que te libere de los últimos obstáculos al perdón. También puedes terminar aquí y reemprender en otro momento este mismo ejercicio de imaginación, con el fin de llegar más lejos en la vía del perdón. Llegará un día en que, para tu sorpresa, el perdón brotará espontáneo de tu corazón.(comoperdonar.tk)
Recuerda que no hay otro que no seas Tu. Y en el reconocimiento de Tu Hermano está implícito el perdón que es perdonarte a Ti mismo. Por eso se dice que es un camino de Liberación.